Basta ya. Exigimos justicia

sábado, 12 de marzo de 2011


Las diecisiete parroquias de La Lima, San Manuel y San Pedro Sula nos hemos reunido en oración. Presididos por nuestro  Obispo Ángel Garachana,  hemos celebrado la acción de gracias al Dios de la vida que no olvida nuestros nombres y para quien todos vivimos. Lo hemos hecho en solidaridad y junto a quienes sufren más de cerca   la pérdida de sus seres queridos. Hemos compartido dolor y el temor de que la injusticia de sus muertes quede en el olvido. Hemos pedido al Señor que convierta nuestro corazón, que abra  nuestro oído a la escucha de su Palabra y  que guíe, con el Espíritu de Jesús, nuestros  pasos para pasar haciendo el bien y liberando de toda opresión del maligno.
La profecía de Isaías nos ha recordado tareas y responsabilidades a cada uno: desterrar la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, partir el pan con el hambriento, saciar al indigente. Reconocemos que el “basta ya” y la exigencia de justicia va dirigido también a cada uno de nosotros. Nos sabemos llamados a vivir, a convivir, a compartir y nos comprometemos a aprovechar este tiempo de gracia para renovar el compromiso bautismal.
Porque esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en la que no habrá ya pobreza ni dolor, donde nadie estará triste y nadie tendrá que llorar, queremos que la gloria  del Señor Resucitado se refleje ya en nuestra convivencia, en nuestras estructuras, en nuestra ciudad. Siguiendo a Jesús, hemos recorrido su   “viacrucis” y queremos tomar la cruz de cada día; asumir la tarea de cambiar actitudes, de revisar valores, de rechazar toda especie de corrupción, de capacitarnos para realizar el trabajo con cuidado y, también, de implicarnos y no desentendernos de nuestras responsabilidades en la vida pública; de nuestra obligación de elegir, evaluar y exigir a quienes nos representan en el ejercicio de la autoridad y en la dirección del Estado.  No huimos a otra ciudad, no nos escapamos con ensoñaciones de apariencia espiritual. Escuchamos al Señor que nos dice: No teman, estoy con ustedes y, siguiendo su mandato, queremos compartir con todos el camino que lleva a la vida.
Reconocemos que la tremenda realidad de violencia y muerte que nos ha reunido tiene causas muy diversas, raíces profundas, soluciones difíciles.  Por eso no queremos ofertas engañosas de remedios  rápidos y espectaculares  que solo ofrecen más de lo mismo. De lo mismo que ha fracasado y seguirá haciéndolo precisamente por no reconocer la complejidad de los problemas  y la necesidad de cambios profundos en actitudes y  estructuras.
Necesitamos y exigimos más análisis, más estudio, más propuestas y más diálogo de quienes tienen tareas públicas: del Presidente de la República y su gobierno, de los congresistas, de los partidos y movimientos políticos; de los alcaldes y regidores de nuestra ciudad y de los de todo el país. Es tarea difícil, entendemos que duden y se equivoquen. No entendemos que no se esfuercen, no trabajen, no se capaciten, no den cuenta de sus propuestas y acciones o no actúen con total trasparencia en su servicio.
La exigencia de justicia afecta especialmente a todos los órganos del poder judicial. Reconocemos las carencias de medios y recursos adecuados y lamentamos que una historia llena de manipulaciones de los poderosos del momento exija a magistrados, jueces, fiscales, abogados y funcionarios judiciales un esfuerzo extraordinario para garantizar la independencia, honestidad, rapidez y claridad en sus tareas. Oramos por ellos porque a la dificultad propia de su función se une la presión de unos intereses económicos siniestros y amenazadores.
Sabemos que en cualquier lugar del mundo a mayor educación, menor delincuencia. Sabemos  del fracaso de nuestro sistema educativo. Sabemos que nuestras calles están llenas de muchachas y muchachos que no han tenido ni ochocientos días de escuela en toda su vida y que no tienen ninguna posibilidad de inserción en el mundo laboral. Sabemos que estamos ofreciendo al crimen organizado una mano de obra barata y motivada. No afrontar el desastre de un sistema educativo totalmente obsoleto es hacer el juego a la muerte.
Nuestra  estructura económica es opresiva. La desigualdad, con viejas y nuevas raíces, aumenta  entre nosotros y hace crecer necesariamente el riesgo de explosión. Si los detentores de capital, los propietarios de las tierras, los emprendedores y todos los agentes económicos no proponen y realizan cambios profundos, seguiremos empujando a la marginalidad, a la desesperanza y al crimen a la mayoría de una población joven a la que, desgraciadamente, miramos más con recelo que con gozo.
No queremos más armas sino menos. Sí queremos unos cuerpos de seguridad públicos, honestos, bien capacitados y remunerados; dotados con los recursos necesarios de investigación y análisis y que se sientan orgullosos de servir eficazmente a la vida, a la dignidad y a la seguridad de sus conciudadanos.
El narcotráfico y el crimen organizado son la más clara demostración del pecado estructural y de que el pecado paga en muerte. Pero confesamos nuestra fe en que la muerte ha sido vencida y por eso, personal y colectivamente, queremos rechazar cualquier connivencia con los “príncipes del mundo este”. Exigimos sean ellos los primeros desenmascarados, detenidos y juzgados. A ellos va en primer lugar nuestro grito ¡Basta ya!  Hacia ellos queremos se dirija el esfuerzo nacional e internacional que destruya sus redes y nos permita caminar en paz y justicia.
En nuestra celebración hemos hecho memoria, también, de los que en el centro penal han sido asesinados.  La tarea de la pastoral penitenciaria no es una expresión de sensiblería o de sentimentalismo caritativo de la Iglesia sino proclamación de la fe en el Dios del perdón y de la vida; es compromiso y exigencia de unos cauces de rehabilitación hoy inexistentes en nuestro sistema penal.
En medio de la noche estas luces que colocamos en la puerta de la catedral son súplica dirigida al Señor para que Él con su luz perpetua ilumine a los que recordamos con cariño y tristeza y también a aquellos que nuestra debilidad olvida.
Nos volvemos a ti Señor. Nos ponemos al pie de la cruz de tu hijo amado. Oímos su grito y el eco de su dolor en todos nuestros asesinados, en sus esposas, en sus hijos, en sus padres.  Confesamos nuestra fe: Este es Hijo de Dios. Estos son hijos de Dios.

San Pedro Sula 11 de marzo 2011. Viernes después de Ceniza.
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