¿¿¿¿Para qué sirve la iglesia???

miércoles, 26 de enero de 2011

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Más de dos mil años después del sacrificio de Jesús de Nazaret, en aras del género humano.
Más de veinte siglos después de la fundación de la Iglesia cristiana (con todas sus variantes, papas, concilios, escisiones y herejías, invasión de naciones, países, tribus y pueblos de los cuatro puntos cardinales), la riqueza y el dinero impregnan la existencia de los mensajeros del Dios de los cristianos, cuya actividad más destacada es una llamada de atención constante a los gobiernos que se declaran socialistas (es decir, a los sistemas que tienen como meta la igualdad, la salud, el trabajo, la cultura y la vivienda para todos los seres humanos), recriminándoles, con mayor o menor enfado, el sagrado cumplimiento de las libertades, entendidas como la facultad que tienen veinte familias muy devotas para monopolizar los bienes de un país. Ah, y sus medios de comunicación.
Más de veinte siglos después de la ejecución de Jesucristo, esa Iglesia cierra filas en torno a sus cuentas corrientes, se niega a condenar (pero sí lamentar) los miles de casos de pedofilia y abusos sexuales de menores protagonizados por los representantes de aquel enviado de Dios. Hasta se da el caso de que un seguidor de Hitler, el actual papa Benedicto XVI, fuera elegido como sucesor de San Pedro en la tierra, se supone que para dejar sentada la complacencia hacia el nazismo del divino redentor. Claro, cómo no, si le mataron los judíos, dice una vecina del PP.
La expansión del cristianismo se ha distinguido a lo largo de ese tiempo por haber invadido a sangre y fuego, en nombre de la bondad y la fraternidad, a media humanidad, desde Europa a Latinoamérica, desde el lejano Oriente al océano Ártico, masacrando civilizaciones, etnias, culturas y poblaciones que adoraban otra clase de deidades, que aunque crueles en sus exigencias de sacrificios y ofrendas, les eran más propias que los latigazos y hogueras de aquellos frailes, curas, sacerdotes y obispos, encendidos de cólera ante el paganismo que hallaban durante sus santas guerras.
El Cardenal Rouco Varela se acaba de reunir con Zapatero para ver qué pasa con el dinero de la Iglesia Católica española en estos tiempos de crisis. Y pregunto:
¿No deberían ser los fieles, quienes sostuvieran económicamente a sus predicadores?
¿No es más lógico que los madridistas sean quienes sustenten a su equipo?
¿No son los ciudadanos españoles de cualquier ideología, credo, sexo o raza, quienes soportan al estado con sus impuestos?
¿No es el estado el que con el dinero de todos financia la ruina de los bancos privados?
¿No es lógico que fueran los militantes quienes nutrieran las arcas de sus partidos políticos?
¿Qué hace entonces un presidente de gobierno discutiendo acerca de los bienes de la Iglesia, si la labor de esta multinacional es ante todo de carácter espiritual?
¿Qué pinta este monopolio recibiendo de las arcas del estado, no sólo millones de euros, sino edificios, suelo urbanizable, exenciones tributarias, rebajas de impuestos, y mil triquiñuelas más, dignas no de un colectivo que se diga cristiano, sino de un aquelarre tan inútil como rastrero?
Dos mil años de impostura, de hipocresía, de defensa de las dictaduras más asesinas y genocidas, de apoyo a las masacres pero condena de la violencia, de alerta ante la inmoralidad pero silencio y lágrimas de cocodrilo ante los casos de pederastia propios.
Dos mil años de publicidad engañosa, de spots gratuitos en todas las cadenas del mundo, de financiación procedente de la droga y la especulación. Y aún así, cada día hay menos muchachos que acudan a los seminarios para hacerse sacerdotes e impartir las enseñanzas de Jesús entre los pobres y desheredados.
Cada día hay menos vocaciones entre las jóvenes para dedicarse a emular a la madre Teresa de Calcuta. Eso ya son cosas de algunas ONG y sus monaguillos a lo Alejandro Sanz, estremeciéndose  por los millones de niños infectados de SIDA en el tercer mundo, evadiendo impuestos a paraísos fiscales, o en el colmo del sarcasmo, apoyando a las multinacionales de la industria farmacéutica, que se niegan a fabricar medicamentos baratos.
Pero afortunadamente cada día hay más sospechas fundadas de que la Iglesia Católica, y todas las demás, son mucho más que el opio del pueblo. Son su contaminación, sus heces, su castigo, su paranoia, su prisión y su muerte. No soy ateo, sino agnóstico; nunca he pegado o maltratado a una monja o un hermano marista. Jamás he insultado a un sacerdote, aunque fuera el confesor de Rubalcaba. Prometo que no soy anticlerical profundo, pero lo que no soporto es la impunidad del delito en sesión continua, la impostura durante veinte siglos, la mentira desde hace dos mil años.
Quédese Dios en el corazón de cada cual y enciérrense en las chabolas, chozas y favelas del mundo, todos aquellos que campan en el Vaticano, que simpatizan con el Papa y sus enseñanzas, para cumplir lo que les ordenó su líder espiritual. Mientras tanto, lo que más me llama la atención es la piedad del ser humano para con sus impostores, sus verdugos y torturadores.
Y es lo que yo digo: Rousseau tenía toda la razón cuando hablaba de que el ser humano es bueno por naturaleza. Un día crucificaron a Cristo, pero de 264 papas que ha habido en la historia, solo veintiuno murieron como mártires; cuatro fallecieron en el exilio y uno en la cárcel. A esa lista se pueden añadir otros nueve pontífices que desaparecieron en circunstancias violentas: seis fueron asesinados, dos la palmaron por las heridas en el curso de revueltas y uno por el derrumbe de un techo. Dos papas fallecieron víctimas de su glotonería: Pablo II murió en 1471, después de haber comido dos melones enormes, y Clemente XIV que se fue al otro mundo en 1774 por una indigestión.
¡Ah¡… y el papa Juan Pablo I, quien falleció tras ingerir una sopa que le llevó a la cama una monjita, preparada al parecer en la cocina del cardenal Ratzinger. No se hizo la autopsia al cadáver, ni se analizó el líquido, por obvias razones que sólo el Vaticano y el Señor conocen. Por eso no me fío ni de Dios. Y menos aún de Rouco Corleone Varela.

TOMADO DE EL BLOG DE CARLOS TENA: Por un mundo mejor, posible y necesario

(  Hemos publicado esta entrada pues en ella hay muchas cosas que en cierto modo son una realidad, aunque suene ofensivo, es muy real,)
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Honduras: El espejo sin reflejo

Por Ricardo Salgado

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De alguna manera la historia funciona como una especie de espejo para los pueblos. En ella podemos ver las cosas buenas y malas que se han llevado a cabo en nuestras naciones; nos permite ver nuestras condiciones prevalecientes y nos enseña las posibles vías para la construcción de nuestro futuro. El simple reflejo nos muestra toda la complejidad de nuestro presente y nuestro pasado, y nos permite planificar con certeza lo mejor para nuestro futuro. Cuando por alguna razón, escogemos no ver, o ignorar, ese reflejo, las posibilidades de impulsar mejores estadios de bienestar, se ven sustancialmente reducidos.

Por esta razón, es muy importante que los pueblos sean capaces de conservar y utilizar en su propio beneficio su memoria histórica, algo que es más fácil de decir que de hacer. Las clases dominantes, especialmente las de los países dependientes y subdesarrollados, se ajustan y se someten con extrema facilidad a los cambios que les imponen los ajustes estructurales que el sistema capitalista se plantea para garantizar su preponderancia a lo largo del tiempo. El capitalismo, igual que otras formaciones socioeconómicas, se rige por leyes y categorías dialécticas e históricas, y por lo tanto permanece en constante transformación, generando de manera permanente sus condiciones necesarias de existencia.

Esta condición de permanente movimiento del sistema, obliga necesariamente a que quienes criticamos sus conceptos, procedimientos y resultados, nos mantengamos también en un proceso de pensamiento y acción constantemente cambiantes. El neoliberalismo, planteado como una etapa superior del capitalismo, incluso por encima del tradicional imperialismo de un estado o varios estados sobre otros, resultó ser en pocos años un espejismo para muchas naciones que buscaban afanosamente su desarrollo en el reflejo, en la imagen, de otras naciones y de otras condiciones materiales completamente diversas y disímiles de las suyas.

La historia de Honduras, nos demuestra como una y otra vez los gobiernos, en consonancia con los intereses de minorías cada vez más codiciosas, entregaron, con lujo de servilismo, con absoluta falta de dignidad, la soberanía misma de la patria. De esta forma, los experimentos colonialistas de las naciones más ricas de la tierra, impusieron modelos de "desarrollo" que nunca produjeron condiciones favorables para la consolidación de un estado nacional, soberano, independiente y justo.

Los enclaves son una parte dominante de nuestra historia; en todas las épocas las clases dominantes tuvieron la inclinación a buscar el enriquecimiento rápido, a través de la entrega de nuestra soberanía a grupos extranjeros. Con el fortalecimiento del neoliberalismo, la idea de reducir al máximo el papel del estado, y el paradigma del mercado como regente único y omnipotente de las relaciones entre los seres humanos, procedió a entregar concesiones completamente inservibles para él país, y se otorgaron beneficios sin límites a grupos económicos que ya gozaban de gran impunidad para sus negocios.

Siempre se nos presentaron los ejemplos de otros países, con el afán de hacernos creer que la bonanza aparente de aquellos se repetiría, sin lugar a dudas, en nuestros empobrecidos entornos. Omitieron, deliberadamente, las profundas diferencias sociales, económicas, culturales y de otras índoles, que nos separaban de estas u otras experiencias, lo que siempre vuelve a aparecer como factor decisivo de fracaso para los intentos que se han hecho en nuestro país. Al principio, nos mostraban las bondades del sistema en Chile, pero nunca nadie nos dejó ver las consecuencias sociales que dejaban marcas imborrables en los sectores más pobres de ese pueblo hermano.

Luego, más recientemente, nos mostraron como panacea el modelo irlandés, país al que llamaban "el tigre celta"; aquí, en el año 2007, se alcanzaron éxitos sin precedentes en la historia del capitalismo; después de 10 años consecutivos de políticas neoliberales el impuesto sobre la renta de las empresas se había reducido a 12. 5%, mientras que el impuesto real que pagaban las grandes corporaciones oscilaba entre 3 y el 4 por ciento. Este año tanto el déficit fiscal, como la tasa de desempleo, fueron iguales a cero; el sueño macroeconómico hecho realidad. Sin embargo, como objetivamente no existen fenómenos espontáneos ni casuales, el origen de toda esta bonanza del sueño irlandés, la tristemente especulación, daría lugar a una catástrofe financiera, que habría de producirse casi al mismo tiempo que a los hondureños nos indicaban seguir el camino de los irlandeses. Un dato ilustrativo y aterrador de esa crisis, es que el endeudamiento doméstico era igual al 190% del PIB del país[1]; entonces sonaron las campanas de alarma y los políticos hondureños dejaron de ver hacia esa parte del mundo.

La incesante reproducción de un patrón que intensifica la desigualdad, y concentra la riqueza en minorías cada vez más pequeñas, desembocan necesariamente en situaciones potencialmente explosivas desde el punto de vista social, y es en ese escenario donde los grupos fácticos, y el imperio, al servicio de sus transnacionales, buscan alternativas que reduzcan drásticamente la presión social y renueven la expectativa sobre un sistema fracasado pero en movimiento. En Honduras, hoy buscan imponernos un modelo novedoso de coloniaje, que apunta a desmembrar los estados, para convertirlos en paraísos privados bajo la égida del control transnacional.

A diferencia de otro momento de la historia, Honduras es el conejillo de indias de todo un nuevo modelo, que busca presentarse como la novedosa propuesta del capitalismo en el siglo XXI. Poco a poco descubrimos un patrón lógico en el procedimiento, en la estrategia y la táctica, que desembocan en múltiples enclaves dirigidos a deshacerse de los molestos estados subdesarrollados del tercer mundo; primero el golpe de estado, luego la represión brutal y la limpieza ideológica, después la legislación que le otorga al pueblo derechos que ha tenido siempre, aprobados con el único propósito de allanar el camino para llegar a un nuevo tipo de estado paria rodeado de pequeñas ciudades estado con inversiones inimaginables para el país que las ha otorgado.

Ciertamente, el siglo XXI está marcado por la disputa entre dos concepciones diametralmente opuestas de la sociedad y el propósito de esta de existir; mientras una de ellas busca intensificar el privilegio de la riqueza para unos cuantos, la otra busca un estado de bienestar menos orientado al consumismo incontrolado, con tendencias bien definidas para garantizar la preeminencia del individuo y la sociedad misma como objetos supremos de toda la actividad humana. Es posible que encontremos a quienes se resistan a la idea de encasillar las opciones de los pueblos de esta manera, pero la realidad del poder es más o menos inflexible, y esta rigidez obliga a las personas a preferir el “anonimato” político que solo encuentra en el “centro”.

En Honduras, superficialmente parecería que la clase dominante y sus adláteres, se encuentran en una disputa de fondo sobre la naturaleza de las acciones tomadas por el régimen, y que son observadas por un sector de la oligarquía como una amenaza a sus propios privilegios. Esto no debe producirnos ningún tipo de distracción; el sector oligárquico opuesto al acelerado proceso de reformas del régimen, está preocupado esencialmente por la posibilidad de que estas presenten una oportunidad al pueblo para cumplir con sus anhelos; ellos no se oponen a esta nueva forma oprobiosa de dominación y sometimiento, sino que se preocupan por la posibilidad real de que el pueblo detenga este nuevo entuerto.

Estamos ante la posibilidad real de que Honduras se convierta en una nueva y siniestra atracción para el mundo; el lugar obligado de paseo para quienes andan de compras y quieren obtener sus propios sus paraísos privados. Es inaceptable que en este momento tan importante de nuestra historia, confundamos nuestra estrategia y nuestras posiciones con las de la oligarquía que presiona incesantemente por evitar nuestra participación en la toma de decisiones del país.

Nuestro deber de dirigir por sendas correctas y honradas las luchas populares, nos obliga a saber diferenciar claramente entre los fines aviesos de los adversarios y los instrumentos que utilizan para llegar a ellos, pues estos últimos pueden ser también utilizados por nosotros para alcanzar nuestros propósitos; además, no podemos sustraernos de un debate que presenta características definitorias para las generaciones que nos seguirán. Sería sumamente irresponsable obviar la importancia que tiene la participación del pueblo en este momento trascendental, haciendo uso de todas sus fuerzas y de todos los medios a su alcance, incluso aquellos propuestos e instrumentalizados por la burguesía.

La tendencia del régimen a legislar aceleradamente en contra de todas las conquistas del pueblo hondureño, nos debe llamar a reflexionar sobre nuestra posición y nuestra estrategia de lucha, así como a tomar las rectificaciones que sean necesarias con el propósito único de mantener es la incalificable tarea a la altura de las circunstancias y de las exigencias de nuestro pueblo, merecedor de un destino diferente.

No debemos permitirnos más espejos sin reflejo
TOMADO DE LA POLILLA CUBANA
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IMAGENES DE LA MOVILIZACION CAMPESINA EN SPS, EXIGIENDO LA RECTIFICACION DEL DECRETO 18-2008

Estas son algunas de las imágenes de la gran y exitosa movilización que hicieron las organizaciones campesinas en la capital industrial del País San Pedro Sula, miles de campesinos se dieron cita en la sede de la regional del I.N.A y desde allí se salió con la movilización, hasta llegar a las instalaciones del La Cámara de Comercio E industrias de Cortes donde se dio lectura a los comunicados de los diferentes grupos campesinos.



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